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Mujeres Vestidas por Mujeres

Notas de Autor por Lorena Pérez

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Historia de la Moda: Lo atemporal del traje

Por Candela Rodríguez | Lic. en Comunicación

La moda, como la historia, es cíclica. Sus idas y vueltas tienen algunos símbolos, como el traje, que se mantienen a lo largo de los años. ¿Cuál es la historia de este conjunto? ¿Por qué sufrió tantas mutaciones? Y ¿por qué tiene vigencia siglos más tarde?

J. Crew’s Ludlow suit, el último de los trajes más populares, desde 2008 siglo

Los inicios del traje

La creación de la vestimenta se remonta a épocas en que, como humanos, comenzamos a sentir la necesidad de cubrirnos. Ya sea por las inclemencias climáticas, por motivos religiosos o por el sentimiento de vergüenza –aquí, las opiniones se dividen–, el ser humano es un ser que usa ropa. Esto nos diferencia, sin dudas, del resto de las especies. La vestimenta nos define, nos sirve para diferenciarnos y, también, para crear comunidad.

Una serie de intelectuales –como el historiador François Boucher–, señalan al traje como la primera manifestación de la moda, alrededor del siglo XIV. Pero ¿cuándo la moda se vuelve moda? Podríamos decir que cuando es relativamente aceptada, consensuada y tiene la suficiente difusión como para lograr instalarse en una sociedad.

El traje como tal puede ser pensado desde una infinidad de posiciones. Es vestimenta y, a la vez, una manifestación cultural, social y política de época. No puede negarse que el traje, en sus diversas formas, representa una parte importantísima de las sociedades –tanto occidentales como orientales–. Veamos las distintas formas que puede adoptar un elemento tan fundamental, que nos viste desde hace siglos.

Este jubón de alrededor de 1364, ya presenta las características que retomarán los trajes varios siglos más tarde

El género y la vestimenta

No creo que suene novedoso que, como tantas otras invenciones, el primer traje fue creado por y para los hombres: George Bryan ‘Beau’ Brumell fue quien comenzó a utilizarlo y lo popularizó, en la Inglaterra de principios del siglo XIX. Ese conjunto de prendas que iban a juego, de silueta recta y que permitía el movimiento, no fue usado por mujeres hasta 1930. Y más aún: las mujeres recién comenzaron a usar pantalón –parte importante del traje clásico–, regularmente y en público, luego de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, prendas con tipologías y objetivos similares, ya habían sido creadas varias décadas antes y sirvieron de inspiración para el traje de Gabrielle ‘Coco’ Chanel que hoy, algunos –o unos cuantos–, consideramos icónico.

Ilustración de Beau Brumell, el primer dandy y hombre en usar la silueta del traje que conocemos actualmente

Cuando, en el siglo XIX, la mujer comienza a tener un mayor acceso a la vida social y pública –gracias a la pequeña pero progresiva conquista de derechos legales y como resultado de la Primera Guerra Mundial–, su vestimenta se ve modificada. Las tipologías se vuelven menos restrictivas y hasta permiten –aún con sus falencias–, practicar deportes como el tenis. El nombre de Jean Patou es conocido por sus aportes al sportswear, a través de su entonces provocadora creación: el traje de tenis para la campeona francesa, Suzanne Lenglen.

Ya hacia 1895, Charles Frederick Worth, quien se considera fue el primer modisto, confeccionaba las chaquetas y los kimonos que se popularizaron a mediados del siglo XIX en Europa– prendas con líneas similares a las del traje masculino, pero destinadas a las mujeres. Las chaquetas sastre que creaban la ilusión de hombros anchos –como sucede con las hombreras que utilizamos en la actualidad–, son las que sentaron precedente y dieron lugar a la moda unisex del siglo XX –que comenzamos a ver con Calvin Klein y Benetton en los 60-70–. Las nuevas formas de pensar la figura de la mujer en sociedad, se vieron reflejadas en la ropa que los modistos, devenidos diseñadores, confeccionaban. Al fin y al cabo, la moda debe responder a las necesidades de las personas y no al revés. Así, comienza a romperse, de a poco y con retrocesos, un paradigma: el de los restrictivos estereotipos de género en la moda.

A la izquierda, la obra El Sr. y la Sra. I. N Phelps Stokes de John Singer Sargent (1897). A la derecha, un vestido de calle de Charles Frederick Worth (1895)

Luego de la Primera Guerra Mundial, esas mujeres que ya no solo eran amas de casa, sino también empleadas y parte fundamental del sostenimiento del aparato productivo en épocas de escasez, pierden sus empleos. Pero no sus ganas de seguir participando de la esfera pública, del deporte y de todo aquello que les había sido negado pocos años antes. Así es como la imagen femenina cambia de manera radical. Hacia 1920, arrasan las siluetas andróginas, rectas y descontracturadas. Incluso antes –en 1915–, el modisto John Redfern confeccionó conjuntos de falda y chaqueta que servirían de inspiración para lo que vino luego.

Si de romper esquemas hablamos, Coco Chanel debe ser nombrada. Basándose en las características de la indumentaria masculina y con el objetivo de aportar a la liberación femenina, creó los imprescindibles de nuestros días: conjuntos de chaqueta y falda de punto, y el little black dress. La moda femenina toma, además, la camisa de seda blanca y la corbata –elementos, hasta el momento, típicamente masculinos–, para cerrar este estilo y silueta a la garçonne, y se despoja de los ornamentos. Partiendo de los grandes sombreros con flores y plumas, y los vestidos de estructura complicada y restrictiva para el movimiento, se llega a la síntesis de lo que las mujeres del siglo XX necesitaban: la gentil y sencilla silueta del traje sastre masculino.

A la izquierda, conjunto de falda y chaqueta confeccionado por John Redfern (1915). A la derecha, conjunto de falda y chaqueta Chanel (1927)

El traje hoy: avances y retrocesos

Las mujeres y los hombres de todo el mundo continuamos usando trajes. La propuesta de Worth, Patou y Chanel, se mantiene. Pero no es igual. Las necesidades, muy particularmente, de la mujer contemporánea, no son las mismas que las de la mujer que vivió en los 30. Y mucho menos serán parecidas a los deseos y necesidades de la mujer de los siglos XVIII y XIX, mucho más constreñida que hoy por ajustados corsés, la silueta en forma de ‘s’ y estrictos roles de género.

Hoy, prepondera la deconstrucción del traje. Si bien los elementos característicos del típico conjunto de dos piezas continúan siendo la practicidad y usabilidad, florecen nuevas necesidades. El afán del ser humano de explorar su sensibilidad no es excluyente del arte. Mediante la ropa que usamos, comunicamos. Le indicamos a nuestros compañeros de planeta –our fellow human friends– que somos diferentes o parecidos a ellos. En ese sentido, nuestra ropa está atravesada por lo que el pensador Roland Barthes llamó nivel de connotación. Incluso podríamos discutir si la moda, finalmente, es art o craft –o ambas–. Hoy, las mujeres usamos pantalones, faldas y todo lo que exista en el medio. Tenemos nuevas libertades y, también, nuevas restricciones –como en toda época–. Nuestras prendas connotan: ¿a qué estrato de la sociedad pertenecemos? ¿A qué tribu urbana? ¿Cuál es la filosofía de vida que articula nuestra manera de actuar con otros?

Hasta aquellos que reniegan de la moda, deben vestirse. Y lo hacen a conciencia. Para igualarse o diferenciarse, en base a lo que sea aceptable en la sociedad en que se encuentren insertos y el tiempo que corra. Ya no se busca únicamente la movilidad y la funcionalidad, o la liberación femenina, sino algo distinto. Ante un vertiginoso panorama de cambios, en el marco de una rapidez profundizada desde la llegada de las redes sociales, las personas buscamos nuevas y mejores –y, de ser posible, originales– maneras de expresarnos. Este ritmo acelerado nos lleva, aún sabiendo que todo fue hecho antes, a intentar innovar constantemente ¿Y qué mejor manera que marcando tendencia –o sumándonos a la ajena– con nuestras prendas?

Homenaje al traje de Chanel, realizado por Yohji Yamamoto en 1997

El traje ha sido atravesado por una multiplicidad de mutaciones y, hoy, lo que predomina es su deconstrucción o la búsqueda de adaptarlo para que responda a las necesidades de nuestra época. Las preocupaciones respecto del mismo se dieron, más o menos, así: primero, sirvió para vestir a la nobleza; luego, al hombre de ciudad, burgués, con necesidad de cumplir sus tareas de la manera más cómoda posible. Más tarde, en el marco de la Gran Guerra, el traje –y sus variaciones– comenzó a ser usado por mujeres que trabajaban, practicaban deporte y comenzaban a habitar el espacio público, lo cual les requería adoptar prendas de siluetas y materiales similares a los que utilizaban los varones.

Se pasó del traje usado por los hombres, y del conjunto de chaqueta y falda adaptado para la mujer, al conjunto de chaqueta y pantalón, y al sumamente disruptivo uso femenino del propio pantalón. Del traje chaqueta perfeccionado –y usado– por Chanel, una década después del new look de Dior, pasamos al traje de André Courrèges en 1961 y a la andrógina figura femenina que vestía pantalón, blazer en siluetas sencillas y colores oscuros, popularizada por Yves Saint Laurent en 1966, inspirado por el streetwear parisino. Las innovaciones tecnológicas fueron las que posibilitaron la aparición de las fibras artificiales y el prêt-à-porter en los 60 y, con este último, aceleraron el consumo de masas y fortalecieron a la industria de la moda –con consecuencias ambientales y sociales, desde luego–. Se dice que la historia es cíclica y, claramente, algo similar sucede actualmente –salvando las distancias–. El avance de las tecnologías nos brinda, no sólo nuevas comodidades –como sucedió con las grandes invenciones de la Revolución Industrial, por ejemplo–, sino también nuevas posibilidades de expresión mediante las artes y la moda.

A la izquierda, el regreso de Chanel luego de la Segunda Guerra Mundial (1958/1959)  A la derecha, traje pantalón de André Courrèges (1969)

¿Qué pasa hoy? La deconstrucción del conjunto de dos piezas

Fibras naturales y materiales inorgánicos, explosión de color en forma de color-blocking y la tendencia del quiet luxury, el upcycling y la moda rápida: todas estas expresiones de la moda –y más– coexisten hoy. Son tesis, antítesis y síntesis de una época: la nuestra, marcada por la conciencia socioambiental y, al mismo tiempo, por el anhelo de tener lo último de las pasarelas. Y todo esto, profundizado por la vertiginosa dinámica de las redes sociales.

Yves Saint Laurent adaptó para la mujer, en la colección Otoño/Invierno de 1966, el traje masculino o tuxedo

La moda funciona, en este contexto, como un espejo que refleja algo que excede nuestra necesidad de vestirnos. Refleja nuestra necesidad de diferenciación y de pertenencia, nuestra búsqueda de estatus y nuestros ideales políticos. El traje fue –utilizando la jerga actual– un must-have a lo largo de los siglos y, si analizamos las mutaciones que sufrió, podremos identificar rápidamente cómo refleja fielmente las sociedades contemporáneas.

Primero, tenemos la sencilla silueta compuesta por la chaqueta y el pantalón, donde las prendas están entalladas. En la década del 90’, aparece una nueva forma de entender la moda: con una sociedad de consumo en auge, donde las posibilidades de producción, compra y venta parecen ilimitadas, se habilita la posibilidad de mezclar –en un mismo outfit– una prenda de diseñador con una encontrada en una tienda de segunda mano, por ejemplo. El lujo y el consumo encuentran nuevas formas de existencia y propagación mucho más discretas. Algo así sucede hoy, con el creciente interés por la tendencia de lujo silencioso o quiet luxury, que parece novedosa pero que, en realidad, no lo es.

En el estilo de las protagonistas de Sex and the City –en particular, el de Miranda–, se condensan elementos característicos de los noventa. Prendas nuevas y lujosas combinadas con otras de segunda mano. Trajes clásicos, sobrios y duraderos, con el toque moderno y camp que se verá en la década siguiente

Todo esto se refleja en otras industrias, en otros productos y consumos culturales: como, por ejemplo, la –¿entonces?– importantísima industria televisiva, con programas como Friends y Sex and the City. Además, estas formas de consumo se hacen lugar a los empujones, principalmente, en Estados Unidos, con la aparición y el fortalecimiento de marcas americanas como Tommy Hilfiger y Ralph Lauren. Y sí, Estados Unidos se posicionó como puntero en lo que a exportar productos culturales –en el marco de la cultura de masas– refiere.

Hoy, nos animamos mucho más al oversize, al layering y a las prendas con roturas o costuras visibles. Rei Kawakubo, de Comme des Garçon, comenzó a hacerlo en los 80-90

Abajo, vemos cómo Thom Browne (re)piensa el traje. El desfile Otoño/Invierno 2023 sirvió, tanto para presentar su primera colección mixta de Alta Costura, como para celebrar el nuevo lugar de la marca y del diseñador en la Chambre Syndicale de la Couture Parisienne. Thom Browne demostró su destreza en la sastrería mediante una teatral presentación que tuvo lugar detrás del telón de un enorme escenario, con figuras de cartón ocupando el lugar del público en el Palacio Garnier. La espectacularización en su máxima expresión, necesaria para entretenernos en tiempos en que cuesta hacer otra cosa que no sea scrollear por horas. En esta gris colección, se conjuga lo formal y el estilo clásico del traje, con lo trendy del oversize, los cortes asimétricos y, también, con ese toque irreverente y juguetón que caracteriza al diseñador.

En el siglo XXI, el traje tiene nuevas formas y propósitos. Lejos de intentar que sea funcional, los diseñadores buscan comunicar nuevos significados a través del conjunto chaqueta-pantalón/chaqueta-falda

Y ahora, ¿qué sigue?
La esencia del traje se mantuvo a lo largo de los siglos. Las formas más clásicas del mismo apuntan a una búsqueda de prendas atemporales y prácticas, que podrá usar cualquier persona, aunque esto no siempre fuera así. El traje no sólo es un conjunto de prendas, sino que representa luchas por derechos fundamentales como la libertad y la igualdad, los cuales hoy se presentan como significantes vacíos en donde cada quien deposita el sentido que le place. La discusión se vuelve mucho más profunda: ya no tiene que ver únicamente con vestirse de manera cómoda o con la utilidad de las prendas.

El traje seguirá estando. Pero ¿cuál será su forma? ¿Y sus fines? Si bien se nos presentan estos nuevos modos de vivir y consumir moda, que tildamos de originales y liberadores, reflotan –junto con movimientos de extrema derecha– en el mundo entero formas de coercionar, especialmente, a las mujeres. Vuelven los corsés, y usamos zapatos de taco finísimo y altísimo, por poner un ejemplo tangible. Cabe preguntarse si esto es o no un retroceso. Las mujeres lucharon por ocupar el espacio público, usar prendas cómodas y que las mantuvieran seguras ante eventuales ataques en la vía pública –como es el caso del pantalón–. Entonces, ¿por qué volvemos al punto de partida? Porque la historia y la moda son cíclicas.


Imágenes: Editorial Taschen / Vogue Runway / Musee YSL